07 Abr La violencia juvenil
Según un estudio comparativo realizado con distintos países europeos (España, Austria, Hungría y República Checa) el fenómeno del bullying se encuentra generalizado en todos ellos, aunque no con la misma incidencia, situándose España en un puesto intermedio. Además, los conflictos en las aulas que más preocupan a los padres son las peleas y los insultos, seguidos de las malas palabras en clase y la presencia de grupos que no se llevan bien. Los progenitores parecen especialmente preocupados por los problemas de entendimiento entre los alumnos y los profesores, así como afirman que en las aulas algunos alumnos portan objetos con los que pueden agredir a sus compañeros y señalan que el consumo de drogas se da principalmente en los lugares de ocio (Gázquez, Cangas, Pérez-Fuentes, Padilla y Cano, 2006).
Por otra parte, se está observando la emergencia de nuevas maneras de agresión entre alumnos. Una de estas formas de agresión que ha aparecido con las nuevas tecnologías es el cyberbullying, que hace referencia a una agresión intencionada, llevada a cabo por parte de un individuo o de un grupo, a través del uso de los medios tecnológicos, que se repite en diversas ocasiones, y ante la cual la víctima no puede defenderse fácilmente por sí misma. Según un estudio realizado por Ortega, Calmaestra y Mora Merchan (2008), con alumnos y alumnas desde 1º de ESO hasta 4º de ESO, la mayor incidencia de este tipo de acoso escolar se da mediante el uso de Internet y, menos frecuentemente a través del uso del teléfono móvil, en el siguiente orden de mayor a menor preva
lencia: mensajería instantánea, acoso en las salas de Chat, envíos de SMS, e-mail, llamadas malintencionadas o insultantes, envío de fotografías o vídeos por el teléfono móvil y, por último, el uso de páginas web. Del mencionado estudio también se desprende que los implicados en un episodio de bullying tradicional tienden a mantener su rol cuando participan en un episodio de cyberbullying, por lo que existe una continuidad entre el bullying y el cyberbullying.
Con respecto a la incidencia del cyberbullying, no parece haber diferencias significativas en cuanto a edad, mientras que las chicas suelen ser más frecuentemente las víctimas y los chicos los agresores. Este último dato contrasta con los resultados obtenidos en un estudio realizado en Canadá, donde se ha encontrado que los chicos con mayor frecuencia son víctimas del ciberbullying que las chicas (Li, 2006). Dada la incidencia del cyberbullying entre los menores españoles, parece necesario el estudio de las formas de agresión propiciadas por las nuevas tecnologías, de cara a poder prevenirlas y a hacer un abordaje que se adapte a sus características particulares. Sin olvidar que a veces son los adultos quienes ejercen violencia hacia los menores valiéndose de las nuevas tecnologías, como es el caso de aquellos que se hacen pasar por menores para concertar una cita con estos últimos a través de un chat.
Resulta también preocupante que actualmente en la educación se incentive la competitividad entre los alumnos, proporcionando mayor importancia a que estos obtengan unos buenos resultados que al placer de adquirir y descubrir nuevos conocimientos. En un estudio realizado recientemente se puso de manifiesto que tres cuartas partes de los estudiantes canadienses habían infringido en graves irregularidades en los trabajos escritos que debían confeccionar como tarea escolar (Honoré, 2008), lo que explicita que los alumnos se encuentran más interesados en finalizar un trabajo que les permita superar la asignatura que en aprender a través de la confección de dicho trabajo. Por otra parte, es inquietante la creciente utilización de drogas para abordar largas jornadas de estudio, las cuales tienen un efecto estimulante que permite mantenerse despierto durante largo tiempo y así poder alcanzar el nivel de rendimiento deseado (Honoré, 2008; Gómez, 2005). Por lo tanto parece necesaria una reforma profunda en el modelo educativo actual, que se encamine a devolver el protagonismo al proceso de aprendizaje y a que los menores perciban la educación como un derecho y no tanto como una obligación.
En cuanto a la violencia de género, parece que las actitudes que sustentan y justifican este tipo de violencia se encuentran hoy en día aún presentes en los jóvenes y las jóvenes de España. Especialmente preocupante resulta el hecho de que la identidad femenina continúe teniendo unidas valoraciones denigratorias que las propias chicas jóvenes las asumen como ciertas y que propician que se sitúen más como un objeto que como un sujeto, manteniendo la concepción de que el hombre es por naturaleza dominante y la mujer es débil (Bleichmar, 1985). Sería aconsejable que la educación sexual que se les proporcionara a los menores pusiera el énfasis en situar tanto al hombre como a la mujer con sus propios deseos y fantasías sexuales, así como que se hiciera hincapié en que ambos géneros tienen derecho a disfrutar de sus cuerpos y su sexualidad como ellos elijan sin temer a no satisfacer todas las demandas del otro (Elise, 2009; Bleichmar, 2005; De Mijolla y De Mijolla-Mellor, 1996). También habría que tomar en consideración que el padre varón juega un papel importante en la coeducación no sexista de los hijos, por lo que en las medidas que se plantearan para la conciliación de la vida profesional y personal, deberían incluirse algunas que favorecieran que los varones se implicaran más en la crianza de los hijos -como podría ser la ampliación del permiso de paternidad-, lo que a la vez permitiría que las mujeres gozaran de mayor cantidad de tiempo para dedicarse a sí mismas al compartir más equitativamente las responsabilidades parentales. Además, una verdadera educación no sexista debería ir encaminada a que se reconocieran las diferencias entre ambos géneros y que, aún siendo diferentes, se valoraran por igual las identidades femenina y masculina, con el propósito de llegar al mutuo reconocimiento entre géneros (Bleichmar, 2005).
Por otra parte, actualmente algunos progenitores creen erróneamente que para ser “buenos padres” deben proporcionar a sus hijos todo aquello que ellos no pudieron tener en su infancia, lo que termina por ser una dificultad de los progenitores para poner límites y permite que sean los menores quienes controlen las interacciones con sus padres. De esta forma no se les está transmitiendo a los hijos un respeto hacia el otro y, por lo contrario, están creciendo con la idea de que sus necesidades y deseos siempre prevalecen por encima de los de los demás. Casos especialmente dañinos para el desarrollo de los valores basados en el respeto mutuo son aquellos en los que en el transcurso de un “divorcio sangrante” uno de los progenitores insta a su hijo a que menosprecie y sea irrespetuoso con el otro progenitor (Bolaños, 2008).
En conclusión, sería muy positivo que en los centros educativos se comenzara a dotar de mayor importancia a la enseñanza de estrategias de afrontamiento y de resolución de problemas, ya que existe una clara relación entre las dificultades de afrontamiento y la aparición de conductas de riesgo tales como el consumo de drogas y el comportamiento violento (Pereira da Silva, 2005). También parece de gran importancia incidir en la enseñanza de las habilidades sociales, ya que en los casos de acoso escolar es común que tanto la víctima como el agresor tengan un importante déficit en este ámbito. Por una parte las víctimas tienden a presentar problemas de timidez y muestran un estilo interpersonal pasivo, pudiendo llegar a ser retraídas y estar aisladas socialmente, y por otra parte los perpetradores suelen presentar un estilo interpersonal agresivo, mostrándose violentos con los compañeros a los que consideran débiles y cobardes (Cerezo, 2001). Podría ser de gran ayuda que en cada curso hubiera una figura de mediador designada por los propios alumnos para abordar los problemas que pudieran aparecer en la convivencia escolar. Si dicha figura fuera elegida por los alumnos facilitaría que la vieran como un derecho y no tanto como algo impuesto desde el centro, por lo que seguramente recurrirían con mayor probabilidad a la mediación a la hora de resolver sus dificultades y acatarían mejor los acuerdos que se establecieran durante el proceso de mediación. Un buen ejemplo de ello es El Ejido (Almería), donde se da una gran concentración de alumnos extranjeros, por lo que se ha puesto en marcha con éxito un proyecto de mediación intercultural con profesores y alumnos (García y Granados, 2002; Ortiz, 2006). También en los Países Nórdicos está teniendo un buen resultado la mediación para resolver los problemas de convivencia en los centros escolares.
Sin embargo, no sólo los centros educativos deberían implicarse en la prevención e intervención sobre comportamientos violentos y otras conductas de riesgo en jóvenes, sino que también debería darse una participación activa y generalizada que implicara desde el microsistema de los menores hasta el macrosistema, ya que en realidad todos los niveles de la sociedad están implicados en la formación de actitudes pro-sociales en los menores y son responsables de los valores que se les está transmitiendo. Habría que poner un especial énfasis en establecer una comunicación fluida entre escuela y familia, propiciando el respeto a la cultura de origen de cada uno de los alumnos, en la coordinación en las pautas educativas y en la función socializadora, así como la colaboración en la resolución de las dificultades de los menores (Recio, 1999; Martiñá, 2003; García-Bacete, 2003). Además, los medios de comunicación deberían tomar mayor conciencia sobre la responsabilidad que tienen en cuanto a la configuración de la opinión pública, intentando evitar la exposición continuada de comportamientos violentos –con la consiguiente normalización de los mismos- e intentando evitar proporcionar una imagen negativa estereotipada sobre los adolescentes. También deberían poner más cuidado en proporcionar datos fidedignos sobre fenómenos que crean alarma social como las conductas delictivas en los menores, sin magnificar ni minimizar las dimensiones del problema y revelando con claridad cuáles son sus fuentes de información (Gil, 2006; Esperanza, 2001).
Además, los organismos públicos deberían actuar de acuerdo a una ideología verdaderamente democrática, en lugar de actuar dentro de una democracia meramente formal en la que los partidos políticos proceden según sus propios intereses, se enzarzan en enfrentamientos con la oposición en lugar de promocionar la colaboración política para solucionar los problemas reales que tiene la población y permiten la proliferación de la corrupción dentro de sus filas. Ante esta situación política resulta paradójico pretender que la sociedad, en la que se encuentran inmersos los menores, actúe según unos valores que promuevan la cooperación y el respeto entre las personas. Por lo tanto, sería necesario un cambio profundo en la realidad política y social para recuperar la confianza de los ciudadanos en la autoridad institucional, para promocionar desde el ámbito público la ayuda a los colectivos más desfavorecidos de cara a que puedan gozar de una verdadera igualdad de oportunidades con respecto al resto de la población, para invertir recursos que promuevan la convivencia positiva entre los distintos colectivos sociales y para promover el desarrollo de los ciudadanos como personas autónomas y con capacidad crítica. (Gil, 2006; Unión Social de Empresarios de México, 2003; Illich, 1977).
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