Interesantes y necesarias reflexiones las que vuelca en dos entrevistas de El País el
psiquiatra Allen Frances,
Catedrático emérito de la Universidad de Duke, y co-director del DSM-IV, (el Manual Diagnóstico y Estadístico de las Enfermedades Mentales,
DSM, por sus siglas en inglés), y que en su nueva quinta edición (DSM-V),
amplía considerablemente el número de enfermedades "mentales" diagnosticables, como si la Asociación Americana de Psiquiatría que lo promueve considerara que el sufrimiento humano fuera radicalmente distinto o novedoso con respecto a sus ediciones precedentes. Lo denuncia en su libro
¿Somos todos enfermos mentales? Manifiesto contra los abusos de la psiquiatría.

Quizá muchos no lo sepan, pero el
DSM promovido por la Asociación Americana de Psiquiatría es, junto al
CIE (la Clasificación Internacional de Enfermedades de la
OMS), una de las principales herramientas que utilizan los
médicos,
psiquiatras y muchos
psicólogos, para fundamentar el diagnóstico de sus pacientes.
El aumento que se ha producido en la lista de trastornos es especialmente preocupante en el diagnóstico de niños y adolescentes, situación que sin duda beneficiará a la reforma educativa (donde cada vez será más común la fórmula: niño que molesta, niño medicado). Y es que como señala el propio Frances,
tras el negocio del etiquetado del sufrimiento humano está el interés de la industria química y farmacéutica, que muchas veces va dictando los trastornos que conviene "descubrir" a la medida de los tratamientos que van desarrollando. Es decir, la medicina al revés. Intereses económicos y políticos por encima del interés por el ser humano. Nada nuevo. Y de las necesidades de control social ya ni hablamos, pero la distopia de "Un Mundo Feliz" está cada vez más cerca.
[quote style="boxed" float="left"]
Tras el negocio del etiquetado del sufrimiento humano está el interés de la industria química y farmacéutica, que muchas veces va dictando los trastornos que conviene "descubrir" a la medida de los tratamientos que van desarrollando.[/quote]
Recuerdo la asignatura de
psicopatología con
Carmelo Monedero, uno de los pocos
médicos psiquiatras representantes de la vieja escuela europea que quedaban (hoy ya sin representación, al menos en la UAM), en las que solía mofarse de los
psicólogos académicos por adoptar el enfoque médico de las enfermedades mentales, que "ni son enfermedades, ni mentales". Fruto de su complejo como disciplina científica la
psicología ha adoptado a pies juntillas muchos modelos de otras disciplinas, renunciando tal vez definitivamente a la poca identidad que la psicología podía tener. El
DSM es, cada vez de forma más evidente, un catálogo de supuestas enfermedades que básicamente se consensúa en convenciones y congresos donde se van eligiendo poco más que a votación a mano alzada, los trastornos y patologías del futuro.
Hoy ya son cada vez más los profesionales que se cuestionan el abordaje principalmente médico de supuestos trastornos como el
TDAH (el trastorno por déficit de atención con hiperactividad), que han dejado medicados a toda una generación de adultos que siguen sufriendo los problemas tanto de su supuesto trastorno, que les convierte en "enfermos" sin remedio, como de la dependencia a una medicación, planteada muchas veces por psiquiatras y neurólogos como "de por vida". Un engaño que toma relevancia si consideramos que “el rango de respuesta del placebo para los problemas más ligeros es más del 50% y con la medicación la respuesta es de un poco más, sólo un 65%”.
Tras muchos de los trastornos más habituales nos solemos encontrar simplemente vida y conflictos, problemas humanos,
más que "patologías": vemos
familias que atraviesan
crisis mal resueltas, dificultades en la
regulación de las emociones,
duelos y pérdidas poco o mal elaborados, problemas de
identidad, y en general los frutos de una
sociedad deshumanizada, neoesclavista, impersonal, consumista y hedonista, irresponsable y a la vez hiperexigente, y con una errónea concepción del triunfo, el progreso o el fracaso, y sobre todo, muchos
médicos irresponsables y ególatras que cobran demasiado por atender 20 minutos a sus pacientes, pero poco hacen por ayudarles a resolver su sufrimiento. Poner el énfasis en esos factores antes mencionados, por encima del etiquetado de las personas como enfermedades, desórdenes y trastornos, implicaría no sólo
devolver la responsabilidad al ser humano sobre su sufrimiento y sus vidas, sino también comenzar a empoderar a nuestros pacientes, animarles hacia una mayor autogestión de su salud y sus vidas, y ese empoderamiento sólo podría ser a costa de restarle poder a los propios médicos y la industria sanitaria. Para gran parte de los problemas, como la
ansiedad, el
manejo del estrés o la
depresión, y en general para la mejoría física y psíquica se necesita un espacio para uno mismo, fomentar los factores de la resistencia humana, tiempo y apoyo familiar. Y tener en cuenta que la normalidad es una construcción social, porque todos nos enfrentaremos varias veces con situaciones que nos generarán sufrimiento, y podremos superarlas o aprender a hacerlo.
Como dice el propio Frances, "un paciente informado es la mejor protección contra la medicina comercializada, no sólo en la psiquiatría sino en toda la medicina". Tener esto en cuenta tal vez facilite, como indica el propio Allen Frances,
que nuestra actitud como pacientes ante
médicos,
psiquiatras y
psicólogos sea
menos dócil y servil,
que nos cuestionemos los tratamientos, especialmente los psiquiátricos basados en medicación, que preguntemos el porqué, qué efectos secundarios tiene, qué expectativas y duración tendrá el tratamiento, y qué alternativas hay, especialmente en problemas psicológicos, las basadas en
psicoterapia. Y
como profesionales, hacemos bien en
practicar este saludable cambio de roles, aunque sea mentalmente, y ponernos en la piel de nuestros pacientes, para re-evaluar nuestra praxis y nuestra forma de evaluar. El propio Frances
recuerda los principios hipocráticos, hoy parace que definitivamente abandonados por la medicina, cuyo principal axioma era "Primum non nocere" (primero, no hacer daño) o aquel que dice que "es más importante conocer al paciente que tiene la enfermedad que la enfermedad que tiene el paciente".
Frente al actual sistema, sin tiempo apenas para la consulta, y basado en el etiquetado y medicalización, Frances
propone la realización de un diagnóstico en diferentes fases, con hasta seis visitas previas antes del diagnóstico definitivo, aceptando, algo que muchos médicos son incapaces de soportar: la incertidumbre frente a la supuesta certeza.
- Fase. Recopilar datos básicos.
- Fase. Observar si es un problema real.
- Fase. Evaluación continua del problema.
- Fase. Intervención mínima mediante consultas y terapia.
- Fase. Asesoramiento breve.
- Fase. Diagnóstico y tratamiento definitivo.
A continuación las dos entrevistas:
La primera entrevista
(via)
Nuño Dominguez en Materia
Pregunta. ¿Qué abusos está cometiendo la medicina actual en el campo de las enfermedades mentales?
Respuesta. En EEUU, solo un tercio de las personas con depresión severa va al psiquiatra. Tenemos un millón de enfermos psiquiátricos en las cárceles. Muchos de sus crímenes podrían haberse evitado fácilmente con un mejor tratamiento y hogares para ellos dentro de nuestras comunidades. España puede ser otro ejemplo. El país tiene un alto paro, es difícil para la gente encontrar un trabajo, tienen incertidumbre sobre su futuro. Con estos problemas solo un número muy pequeño desarrollará depresión clínica. Pero un gran porcentaje de la población tendrá tristeza y ansiedad. Me gustaría que los primeros tuvieran el tratamiento que necesitan pero me preocuparía si la solución para el segundo grupo es una pastilla que no les ayudará y además les acarrerará efectos secundarios.
P. ¿Cree que esta situación se ha propiciado de forma intencionada desde la industria farmacéutica?
24 octubre, 2014