Las estadísticas en este mundo muchas veces son las que mandan. Crean realidades y mundos, y como siempre, depende de quién las "
cocine". También en salud. Por ejemplo, hoy en día se valora más a un médico que ve a 50 pacientes al día, aunque no les mire a los ojos, aunque no les solucione el motivo de consulta, incluso aunque su intervención resulte
iatrogénica, que a otro que atiende a 25, pero acoge, empatiza, e incluso resuelve digna y humanamente el problema de quien consulta. ¿Por qué? Porque las estadísticas son el nuevo
Demiurgo social, y los números no suelen recoger la cualidad de la intervención, solo la cantidad. Dicho sea de paso, porque tampoco los pacientes suelen reflejar su satisfacción o insatisfacción ni con el sistema, ni con los profesionales. Y esas cosas no reflejadas, es como si no existieran.

Por eso siempre recomendamos, "quejaos, quejaos", y a ser posible, por escrito y con formularios oficiales. El siguiente artículo sobre el
benchmarking resultará explicativo de lo anterior. El benchmarking (que literalmente se refiere a las marcas que el caudal de un río deja en su entorno) puede definirse como un proceso sistemático y continuo para evaluar comparativamente los productos, servicios y procesos de trabajo en organizaciones.
El problema es que como en casi todas las aproximaciones desde lo cuantitativo a los fenómenos humanos, el objeto de estudio queda al final diluido entre tanto número; se pierde sistemáticamente lo que desde el principio no se valoró, porque se sigue pensando que no se puede estudiar "científicamente" lo que no se puede cuatificar.
Eso sí, cuando las estadísticas no convienen, se silencian rápidamente, o se llama a un nuevo cocinero que las maquille.
--
LA VIGILANCIA A TRAVÉS DE LAS ESTADÍSTICAS
El llamativo fracaso del método de gestión que iba a volver eficientes a los funcionarios
El
benchmarking es una técnica de gestión empresarial basada en la
medición comparación (el tachado en nuestro) cuantitativa de toda la actividad que se realiza en el seno de una organización.
Alexandre Jardin, un reconocido novelista francés, va más allá en su definición y asegura que “autoriza a personas normales a hacer cosas extraordinarias”. Este escritor sintetiza así la valía de uno de los sistemas de gestión más populares en Occidente:
“Lo mejor que tiene es su simplicidad, porque sirve para afrontar las cuestiones complicadas de un modo muy sencillo”.
Los convencidos de las bondades del método son numerosos, especialmente en el mundo de los negocios. Según
Laurence Parisot, presidenta de la MEDEF, la patronal francesa, el
benchmarking es salud, porque
permite ser realista, y más aún cuando se aplica a los países, porque posibilita la “comparación de unos con otros, ver cuál posee la fiscalidad más ventajosa, la administración más ágil, la mayor eficacia en las políticas de empleo, y el que tiene las mejores escuelas”.
El
benchmarking nació en la empresa privada a principios de los años 80 con el objetivo de evaluar, incentivar y mejorar la competitividad, de modo que pudieran dirigirse las organizaciones eliminando esos estratos intermedios cuyas funciones eran prioritariamente de supervisión.
El método permitía así cambiar el control personal de las tareas por el de las cifras.
Como cuentan los sociólogos franceses
Isabelle Bruno y
Emmanuel Didier en el ensayo
Benchmarking. L’État sous pression statistique (La Découverte), esta técnica es como una tecnología de gobierno que funciona en cuatro tiempos: define una serie de indicadores estadísticos a partir de los cuales se medirá el desempeño de los empleados
, fija los objetivos que deberán alcanzarse, el tiempo en el que deberán realizarse y, finalmente, pone los resultados en relación, de modo que los empleados puedan compararse, y saber quiénes son los ganadores y quiénes los perdedores.
Según Bruno, al
convertir a los empleados en ascetas del rendimiento, se favorecen una serie de cualidades como el autocontrol, el compromiso y la ‘autorresponsabilización’, que hacen a las empresas más eficientes. Dado su éxito, estas técnicas fueron utilizadas cada vez en un mayor número de áreas y, desde el año 2000, comenzaron a implantarse en las administraciones públicas y agencias gubernamentales de media Europa, un salto que
Bruno y Didier analizan desde una perspectiva crítica en su ensayo.
Las estadísticas reemplazan la autoridad de los mandos
Como explica Didier, investigador del Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS, por sus siglas en francés), a
El Confidencial, el objetivo inicial de su implantación “era luchar contra la pesada burocracia, sus ineficacia y sus altos costes que dificultaban la implicación de los funcionarios en su labor”.
El problema es que el medio, lejos de alcanzar sus objetivos, está creando nuevas disfunciones. En primera instancia, porque al cuantificar su trabajo a todos los niveles “se reemplaza la ética del deber público por la competitividad entre los funcionarios y los logros colectivos por los personales”. En segunda, porque al inducir a la competencia continua, genera una “constante presión” que se traduce en
depresiones, bajas por
estrés y
síndrome de burnout. (
aquí nuestro artículo del burnout).
27 enero, 2014